Escribir una entrada sobre el embarazo sin caer en insulsos tópicos puede convertirse en un desafío difícil de conseguir. La tarea se complica cuando quien escribe vive su segunda experiencia y se halla en avanzado estado de gestación, en un mes en el que todas las molestias comienzan a agudizarse al mismo tiempo que van creciendo los sentimientos de miedo por todo lo que está por venir. No obstante, es bonito dejar un recuerdo de un acontecimiento tan vital como el que trataré de describir.
La maternidad, siempre que sea consecuencia de una decisión libre, no sujeta a presiones o expectativas sociales, nos brinda una oportunidad única de conocer en profundidad algunos aspectos de nuestra feminidad que desgraciadamente suelen estar infravalorados en la cultura en la que crecemos y nos desarrollamos. Tener la capacidad de alumbrar una vida es un precioso don que heredamos de la Madre Tierra, poder elegir qué hacer con nuestros cuerpos es un regalo que recibimos de nuestras muchas madres. Cada embarazo es único y las sensaciones son distintas para cada mujer pero ahí os dejo mi percepción de estas cuarenta semanas.
Apenas empiezas a tomar conciencia de que tienes una criatura creciendo dentro de ti inicias un camino sin regreso en el que percibes una serie cambios fundamentales que van a afectar directamente a tu ritmo y a tus prioridades de vida. Con el paso de las lunas se ensancha tu cintura y tu vientre se abulta. Deseas saber que te está ocurriendo, entender la magia de tu capacidad de procreación. Un día empiezas a sentir mariposas en tu regazo y reflexionas sobre la trascendencia del momento que vives. Aprendes a reconocer la belleza de las transformaciones de tu cuerpo, así como a disfrutar del silencio compartido, del inmenso universo que existe en tu interior. Mientras tu hijo crece se desencadena un torbellino de emociones, positivas y negativas, que hacen que estés más centrada en ti misma, en tus necesidades y tus deseos. Lentamente, se va acercando el final de la relación más íntima que puedes establecer con otro ser humano, aquella en la que una criatura crece, se alimenta y siente a través de tu cuerpo. Precisamente me hallo en esa etapa que da término a los meses de gestación para dar paso a una nueva vida. Aguardo paciente como si ya estuviera preparada para alumbrar a mi hijo Manuel, deseosa de oír su primer llanto, de sentir su calor en mi pecho, de satisfacer su necesidad de alimento y afecto en este ruidoso mundo exterior.
La maternidad, siempre que sea consecuencia de una decisión libre, no sujeta a presiones o expectativas sociales, nos brinda una oportunidad única de conocer en profundidad algunos aspectos de nuestra feminidad que desgraciadamente suelen estar infravalorados en la cultura en la que crecemos y nos desarrollamos. Tener la capacidad de alumbrar una vida es un precioso don que heredamos de la Madre Tierra, poder elegir qué hacer con nuestros cuerpos es un regalo que recibimos de nuestras muchas madres. Cada embarazo es único y las sensaciones son distintas para cada mujer pero ahí os dejo mi percepción de estas cuarenta semanas.
Apenas empiezas a tomar conciencia de que tienes una criatura creciendo dentro de ti inicias un camino sin regreso en el que percibes una serie cambios fundamentales que van a afectar directamente a tu ritmo y a tus prioridades de vida. Con el paso de las lunas se ensancha tu cintura y tu vientre se abulta. Deseas saber que te está ocurriendo, entender la magia de tu capacidad de procreación. Un día empiezas a sentir mariposas en tu regazo y reflexionas sobre la trascendencia del momento que vives. Aprendes a reconocer la belleza de las transformaciones de tu cuerpo, así como a disfrutar del silencio compartido, del inmenso universo que existe en tu interior. Mientras tu hijo crece se desencadena un torbellino de emociones, positivas y negativas, que hacen que estés más centrada en ti misma, en tus necesidades y tus deseos. Lentamente, se va acercando el final de la relación más íntima que puedes establecer con otro ser humano, aquella en la que una criatura crece, se alimenta y siente a través de tu cuerpo. Precisamente me hallo en esa etapa que da término a los meses de gestación para dar paso a una nueva vida. Aguardo paciente como si ya estuviera preparada para alumbrar a mi hijo Manuel, deseosa de oír su primer llanto, de sentir su calor en mi pecho, de satisfacer su necesidad de alimento y afecto en este ruidoso mundo exterior.
1 comentarios:
Jo, Maria, que bonito! cuando vaya a granada tengo que verte a ti y a tus niños...
muy bonitas palabras y emociones... me entran ganas hasta a mi!
besos... sigue escribiendo
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