martes, 11 de agosto de 2009

Noches extrañas

Generalmente no recuerdo el contenido de mis sueños pero esta madrugada me desperté sobresaltada por unas imagenes grotescas que me dejaron sumida en un inoportuno insomnio. Supongo que cené demasiado y como una idea lleva a la otra, os dejo un fragmento de uno de esos libros que merecen la pena ser leídos.

"Entre tanto, me revolvía en la cama, cada vez más nervioso: ya las sábanas estaban arrugadas, me molestaban y era inútil que procurase alisarlas pasando y repasando la pierna a lo ancho: sus pliegues se multiplicaban incansablemente. y yo, cambia que te cambia de postura, boca arriba, boca abajo, de medio lado al borde de la cama, con un malestar creciente...¿Qué demonios me pasaba?¿Qué era aquello? Tenía la boca llena de saliva, y sentía en el estómago un peso terrible. La comida... Varias veces me había negado al recuerdo de la comida, que pretendía insinuarse en mí; a cada solapado asalto, me cerraba, pensaba en otra cosa. Pero ahora, de pronto, se me coló de rondón la rídicula idea, una idea absurda. Me pregunto yo de qué valen las luces de la inteligencia si es suficiente un simple empacho para que tomen cuerpo en uno las más disparatadas impresiones y, con increíble testadurez, se afirmen contra toda razón. Véase cuál fue la estúpida ocurrencia: que aquel peso insoportable, aquí, en el estómago, era nada menos que la cabeza del cordero, la cabeza, sí, con sus dientecillos blancos y el ojo vaciado. No hacía falta que nadie me dijera cuán disparatado era eso: ¿acaso no sabía muy bien que la cabeza no se había tocado? Allá se quedó, en medio de la fuente, entre pegotes de grasa fría. Si por un instante había temido yo que me la ofrecieran como el bocado más exquisito, es lo cierto que ninguno llegó a tocarla: para la cocina volvió, tal cual, en el centro de la fuente. Y sin embargo -incongruencias del empacho-, la sensación de tener el estómago ocupado con su indominable volumen resutaba tan obvia, tan convincente, que ya podía yo decirme: "¡la cabeza volvió a la cocina sin que la tocara nadie!", no por eso dejaba de sentir su asquerosa y pesada masa oprimiéndome desde abajo la boca del estómago."
Francisco Ayala. La cabeza del cordero.

En esta ocasión he preferido prescindir de la imagen gráfica.

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